En estas últimas semanas ha habido muertes muy lamentadas. Todas las vidas son valiosas y lo han sido para alguien, pero también es verdad que hay ocasiones en las cuales la popularidad, la trascendencia pública y los lugares públicos ocupados hacen más notoria esa partida, amén de sus cualidades humanas y de lo que ha significado para sus familiares, amigos, allegados, vecinos y compañeros de trabajo, de vida o de acción pública.
Una de las partidas más lamentadas y comentadas fue la de «Lali», «Tesoro», como se la conocía a Alicia Graciela Ribles, quien murió el pasado 1° de Mayo.
Nacida un 6 de Julio en su querido Barrio La Cuarta, hija de Miguel Ribles y de Magdalena Ocampo, madre de tres hijos -Rosana, María Eugenia y Santiago-, abuela de 5 nietos, a los 13 años, bien chiquita, arrancó su tan amada profesión de empleada de comercio con su particular manera de atender a la gente, que era una de las armas para que volvieran siempre.
Muchos recordarán su trabajo en la Tienda «La Unión» de los hermanos Llahyah, en San Martín al 1400, donde se desempeñó hasta el año 2000 cuando uno de los clásicos comercios corondinos cerraba sus puertas. Fueron 32 años de buen trato a los clientes.
En ese 2000, difícil contextualmente para el país, «Lali» abrió su propia tienda en calle Sarmiento al 1700, frente a Luz y Fuerza. En 2002 pasó a calle San Martín donde hoy está el Registro Civil, posteriormente se fue a calle Alberdi y luego dobló la esquina para ubicarse en calle San Martín al 1500.
Entre su trabajo en La Unión hasta su labor independiente, «Tesoro» estuvo nada más y nada menos que 52 años como comerciante. Morir un 1° de Mayo no debe haber sido una casualidad: abnegación, lucha, vocación al trabajo y buen trato la caracterizaron durante toda su vida pública, porque sin dudas que fue instalada como uno de esos ricos personajes corondinos que se van a extrañar.
Imposible no comprar si te atendía Alicia, quien no tenía estudios de marketing pero sin embargo sabía todas las técnicas para vender y dejar conformes a los clientes, que encima, siempre volvían.
Una enfermedad la venció pero su estrella quedó fuertemente marcada en sus hijos, que le hacen este homenaje, y en su impronta que se convirtió en escuela de ventas para la ciudad.
«Nunca la olvidaremos, por su amabilidad, por su simpatía, por su energía positiva y por su excelente y particular forma de vender ropa. Hasta siempre Tesoro y gracias».