Esta peste que contrajo el mundo yuxtapone y ubica en conflicto permanente a la vida misma con la economía. El planeta debería detenerse por completo y cada familia debería guarecerse pero está claro que en los tiempos que corren es imposible, inviable.
Nuestro país se ha empobrecido en niveles poco imaginados, ya estábamos en crisis, provocada por los dos sectores que gobernaron el país en los últimos años, pero ese sacrificio ha hecho que por ahora no pateemos cadáveres por las calles aunque sea un consuelo que los que pasan hambre o se fundieron no puedan razonar.
En lo que fue la pandemia en 2020 nunca estuvimos así. Porque casos hubo muchos, pero la gravedad era una pequeña minoría y los decesos se producían en gente que quizás, al menos en la mayoría, por sus cuadros sanitarios generales, su edad, y sus historias clínicas, se hubieran ido un poco más tarde o temprano.
La dramática escena de sepelios sin posibilidad de despedir al ser querido -salvo raras y públicas excepciones- se dio 3 millones 200 mil veces en el mundo desde el 3 de Marzo del año pasado, casi 65 mil veces en Argentina, en 4545 ocasiones en la provincia y 18 veces en Coronda.
Ojo, en nuestra ciudad murieron 6 personas en diez días, o sea que la tercera parte de los decesos producidos desde el caso 1, que fue el 30 de Setiembre del año pasado, ocurrió en poco más de una semana, con lo cual debemos y tenemos que pensar que el virus está más mortífero y agresivo. Y además, se llevó a dos personas jóvenes: una de 35 años el 26 de abril y otra de 36, en este mismo fatídico martes 4 de mayo.
Santa Fe y Rosario están colapsados en cuanto a terapias, a personas con cuadros graves. Esto el año pasado no ocurrió porque había muchos casos pero pocos eran tan delicados. Sirva como ilustración que el personal de salud de Coronda se topó con una situación indeseada, dramática, dolorosa por donde se la mire y quizás única en todo este contexto de pandemia… y para colmo el desenlace llenó de dolor a la ciudad…
Cuando le piden a la gente que no salga innecesariamente, es para disminuir la cantidad de portadores posibles de un virus múltiple que se transforma como en la peor película de terror y mata, sin piedad, y ya no perdona edades jóvenes. Aquí el que lo lee como una guerra más de la grieta es porque no quiere entender lo que está pasando.
La gente que se está muriendo en Coronda, parejas de muchos años con días de diferencia, personas no tan mayores, gente que parecía tan sana, todos recibieron el virus desde algún lugar, y pudo ser -no lo descartemos- por alguien que no se cuidó en algún momento aunque no se haya dado cuenta.
Quienes no están al 100% de su estado de salud o han tenido antecedentes cardíacos, de diabetes, obesidad, o sean mayores de 60 años, o estén embarazadas, tienen que cuidarse a sí mismas pero tienen que ser cuidadas por el entorno. Una salida innecesaria, hacia un amontonamiento de personas puede llevar el virus a casa, y un dolor de cabeza o un dolor irreparable. Así de sencillo y así de irreversible.
Nos hemos acostumbrado a leer todos los días sobre el Covid19: cantidades, particularidades, precauciones, restricciones, prohibiciones… Pero jamás nos acostumbraremos a que a un número de un caso fatal le tengamos que poner el nombre de una persona a la que hace pocos días veíamos en su lugar de trabajo, o en su casa, o con sus hijos o sus nietos.
Hoy la muerte ya no es estadística. Es una foto en la red social con un mensaje cargado de congoja. Es la cinta negra como foto de perfil. Es el dolor de perder a un ser con nombre, apellido y una historia con nosotros. Y en la mayoría de los casos, es una situación que quizás podría evitarse, si entre todos nos ayudamos un poco más.
Vaya este texto, que es una descarga emocional más que una nota periodística de alguien que perdió a muchos seres queridos, dedicado a los familiares y amigos de las 18 almas que nos dejaron en el medio de esta guerra contra un enemigo invisible pero castigador.
Y dedicado a todo el personal de salud que lucha, se empeña más de la cuenta, no duerme, no da más, muestra su vocación y hasta llora porque aún dando todo, a veces no alcanza.
Juan Peratitis