Especial para Periódico Corondino
Por Psicólogo SANTIAGO VÁZQUEZ
Matrícula N° 6247
Cuando el trabajo ha terminado, las obligaciones han cedido paso a la distención corpomental, se abre la dimensión que nos permite imaginar el afuera de nuestro mundo cotidiano.
Si bien todo el tiempo obtenemos microviajes fugaces, atemporalidades sin memoria de duración pequeña, palabras que rozan la belleza, lo inexplicable, o los chistes que nos permiten poner patas para arriba los estados de ánimo de artillería pesada; hay también un estado de duración variable que puede hacernos participar de algo más grande que nosotros, algo que se mueve en el espacio entre lo absoluto y lo molecular que nos reinventa diariamente como si fuéramos una pizarra mágica con la que juegan niños y niñas, genial ejercicio anticipatorio de la memoria y el olvido, dos caras inseparables que necesitamos tanto como comer, beber, dormir o soñar.
Esta experiencia antigua busca expresar lo no dicho, lo que se nos escapa de las manos como si fuera aire. Por ello se intenta pensar por un momento la noción de tiempo, ya que es lo perecedero, lo que en el momento que se intenta atrapar ya no está. Así el reloj como máquina de contar lo que ya no está tiene diversas funciones, que van de controlar y organizar hasta hacer presente emociones, disgustos y cortes tanto en el espacio como en
nuestra vida anímica.
Hay otra forma del tiempo que se diferencia del tiempo cronológico, de la máquina de contar instantes. Los griegos lo llamaban “Kairós” nosotros lo podemos definir como la oportunidad o el momento oportuno, como aquel instante en el que algo puede acontecer. Es lo singular que no corresponde solamente a un individuo sino también a una sociedad, no posee un sólo sentido y puede concebirse como una comunidad de significados.
Es lo que se dice también cotidianamente como lo que tenemos que aprovechar, no dejar pasar porque conlleva un valor, un acento particular que nos puede otorgar un plus de felicidad.
Si hay algo brillante en la experiencia humana es el hecho trascendente de la propia vida. El cuidado de sí es una de nuestras más grandes responsabilidades. Hay toda una gran variedad de teorías que proponen la propia salvación, a modo individual, como si las personas estuvieran separadas de la sociedad.
Es necesario reinventar las construcciones sociales que sostienen nuestra existencia, ya que hay todo un mundo que piensa que los grandes avances humanos se dan de modo colectivo.
En toda crisis algo cae. Uno tiene que documentar que es lo que se va a perder, lo que ya no va a estar de alguna de las maneras posibles. Puede provocarnos distintos estados de ánimo, de pensamiento, de conducta, llevarnos a las dificultades de comprensión, de movilidad, de falta de esperanza.
Pero también una crisis puede abrir el momento de la oportunidad y allí en esa zona de incertidumbre pero plena de posibilidades podemos llegar a divisar que algo se nos presenta, como una luz o un susurro que nos indica el camino que deseamos seguir y está en nosotros decidir si vamos a estar a la altura de la responsabilidad que sobreviene el realizar algo trascendente, en el momento adecuado.