El próximo viernes 16 a las 16.30 la Sociedad Argentina de Escritores Seccional Coronda citó para celebrar su día, que es hoy martes 13.
Con la consigna «¿Por qué escribo?», el encuentro tendrá lugar en el Museo Municipal José M. Maciel de 25 de mayo y Sarmiento.
En la foto se recuerda el momento en el que en el Rincón de los Escritores se descubría la placa en homenaje a la Prof. Alcira Marioni Berra.
DÍA DEL ESCRITOR
Considerado el máximo exponente de nuestra cultura, Leopoldo Lugones nació en Villa María del Río Seco en la provincia de Córdoba en 1874. Pasó allí su niñez y adolescencia y vivió también en Santiago del Estero. Se radicó en Buenos Aires en 1895. En la ciudad ejerció el periodismo en el diario El Tiempo y en 1897 fundó junto a José Ingenieros el periódico socialista revolucionario La Montaña.
Años después llegaría a dirigir la Biblioteca Nacional de Maestros. Realizó varios viajes al viejo continente europeo, residiendo en París de 1911 a 1914. Fue colaborador del Diario La Nación. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1926 y en 1928 fundó la Sociedad Argentina de Escritores.
El 18 de febrero de 1938 Leopoldo Lugones se suicidó en una pensión del delta del Paraná llamada El Tropezón. Tenía 64 años.
Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó de hecho una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país.
A continuación, y a modo de homenaje a todos los corondinos que durante años han forjado la frase de Coronda cuna de Maestros y Poetas, damos a conocer un escrito que nos preparó la querida docente y literata Belkys Larcher de Tejeda.
¿CUÁNDO UN ESCRITOR SE DICE ESCRITOR?
Por la Prof. Belkys Larcher de Tejeda
No, no es un juego de palabras. Entiendo que no todos los que escriben se “sienten” escritores , Muchos lo ven como un pasatiempo, una terapia barata y necesaria en momentos de crisis, una forma de cultivar amistades al calor de la palabra, o una obligación ineludible.
Para otros es un gustazo que se dan pero sólo lo hacen cuando se lo piden, o respondiendo a un pedido –sería algo así como “ literatura de circunstancia”– o porque descubre una técnica creativa y la aplica. En fin, creo que hay para todos los gustos.
En general se reconoce –opinión avalada por profesionales de la Palabra Escrita, como la recordada y admirada Gloria de Bertero– que el escritor sólo es tal cuando tiene editado su propio libro. A otros esta postura les resulta odiosa, insensible, discriminatoria… pero es real y exacta.
En personas ajenas al ámbito literario he escuchado acusar a quien se dice escritor de “vanidoso, manda parte, auto bombista…”. No creo que sea un título que se cuelga porque sí, sólo por vanagloriarse de algo. Escritor es quien necesita expresarse mediante el papel, ya sea con opiniones, historias, lirismos, fantasías. Soy una convencida de que sólo se aprende a escribir, escribiendo, no hay más secretos. Y leyendo, obviamente.
Se aprehende escuchando y conociendo otros autores, noveles o consagrados, no importa, de todos se aprende, nos queda siempre algún abrojo prendido, de todos se desprende alguna aureola creativa que nos ayuda a discernir también: esto sí, esto o empezamos a tirar papeles o a tachar párrafos.
El Padre prior Francisco Robles –sacerdote y poeta– expresa en un artículo de “La Gaceta Literaria” ( junio 2000) que él escribe porque “es una forma de encuentro, diálogo y comunicación”. Y continúa diciendo: ”A veces rumiar la Palabra nos da el coraje o el valor de dejar que se encarne en nosotros, lo que nos lleva a hacer de la Palabra un canto, una oración y otras veces, a oír su música interior y escribirla”.
O sea, aquí lo que se analiza es la intención con que se escribe , y volvemos al comienzo.
Tal vez el planteo que estoy haciendo les parezca demasiado básico, pero en la vida cotidiana, esa pequeña y harto conocida rutina en la que debemos movernos, estas cuestiones surgen. No somos escritores porque nos creemos más que los demás, somos escritores porque ese es el canal que mejor sintonizamos para relacionarnos con los demás. Porque sabemos que la palabra es la herramienta que usamos para abrirle la puerta a… la ficción, los sentimientos, las historias, las investigaciones, las fantasías, las protestas, las exhortaciones, los asombros y las carencias. La palabra es la respuesta para nuestra ventana al mundo, está en los pies con que nos plantamos frente a los días, ante la gente que nos rodea, la que nos codea a diario y la otra, esa que nos ignora. Escribir es nuestra verdad, es nuestra razón y nuestra locura en cierto modo.
Y escribir -aunque muchos disientan con esto– es un trabajo también . Al que hay que dedicarle tiempo, atención, estudio, esmero, belleza, preocupación, ansias de superación… Por supuesto, no es redituable, al menos en nuestro medio no lo es. Se sabe que solamente los grandes escritores, de rica trayectoria y ganada fama pueden vivir de lo que escriben. Nunca, los que la remamos “de atrás”, a puro pulmón y aliento y bolsillo propio, contentándonos con la ínfima conquista de publicar un libro cada tanto.
No hay mucho más: el placer permanente y especial de saber que en las palabras escogidas, volcamos los meandros a veces delirantes y otras veces verdaderos del tiempo que nos tocó sufrir y disfrutar en esta vida.
Y cierro con otra opinión del Padre Robles, cuando dice que escribir “es una de las manifestaciones de la dignidad del hombre, el lograr expresarse y trascenderse a sí mismo“…