Este texto fue publicado y editado en la XIII Antología de la Sociedad Argentina De Escritores de Coronda.
Es un homenaje a trabajadores que pusieron todo y un poco más para que la pandemia no fuera una tragedia completa. Son héroes anónimos que llevan en el pecho bien clavada una Cruz Blanca… Una Cruz Blanca en el Alma.
LA CRUZ BLANCA EN EL ALMA
Por Juan Manuel Peratitis
El despertador suena, y su ruido sabe a poco descanso… Apenas con la concentración que naturalmente el cerebro obsequia para que no estén perdidos, los guardapolvos y uniformes se vuelven a cargar con sus cuerpos… si es que convenía sacárselos.
Como un súper héroe que se quita los anteojos, el médico abre su camisa y encuentra su S, el doctor ajusta su energía, se cuelga su estetoscopio como si fuera un arma, el termómetro y sale hacia donde corresponda. Ella, doctora, sabedora de que será un nuevo día difícil, se baña como tantas veces lo está haciendo a diario desde marzo, y con la preocupación guardada al lado del recetario, se va al sanatorio.
Una mujer, enfermera, después de ordenar todo para que a sus nenes no les falte nada, sale rumbo al Samco para cuidar de otros. Un hombre, enfermero, soltero pero que hace meses que no ve a sus padres, se viste, se defiende con el gel y con sus guantes y rumbea hacia el nuevo hospital y se persigna como el futbolista que entra a la cancha.
Mientras tanto, como en una guerra dentro de una película norteamericana, miles y miles de seres vivos, dañinos, mortales, fatídicos, siguen desparramando sus tremendos efectos por todo el mundo en una batalla donde siguen ostentando más que nunca la corona.
Aquí y allá, médicos, doctoras, enfermeras, enfermeros, paramédicas, ambulancieros, “se juegan la vida” como canta Baglietto y es verdad: hasta el 28 de octubre 12 héroes que no tendrán bronce murieron por pelear contra este veloz y tan misterioso, tanto que hay gente que todavía no cree en su existencia.
Si tuviéramos alma de dron, podríamos observar desde el cielo más cercano cómo se mueven, cómo se preocupan, cómo se ocupan, todo lo que hacen. No podríamos saber todo lo que piensan, lo que sufren, lo que se angustian, pero sin dudas que eso se percibe.
Al trabajo diario, a la dedicación permanente, a la mala paga, al poco y nada de descanso físico y menos mental y espiritual porque como en Cancha Rayada a San Martín, esta batalla los agarró de sorpresa, ellas y ellos, desde sus puestos, no aflojan, siguen, luchan, sueñan con la vacuna que les dé descanso y salud a todos y lloran cuando un soldado cae.
Muchos corondinos están en puestos difíciles: los policías, los penitenciarios, algunos municipales, los comunicadores sociales, los familiares de los enfermos. No hablaremos aquí de más o menos cuidados, de mayores o menores irresponsabilidades. Somos humanos, tenemos muchas fallas de sistema, y en parte la amplitud del mal tiene que ver con eso. Pero todos los que se enferman terminan entre sus manos abiertas con olor a gel y a látex.
Pero ellos siempre están. Y sin embargo su heroísmo no valdrá más que el de Maradona o Ruggeri. Sus nombres no trascenderán como los de Sarmiento, que quiso ser presidente chileno, o de Roca, que vació el estado por hacer negociados con los ingleses.
No, ellos son héroes anónimos que las 24 horas del día sin escudos ni espadas, sin balas ni escopetas, sin misiles ni tanques, ponen el cuerpo y el alma para que el efecto del enemigo sea el menor posible. No tendrán placas, ningún lugar llevará sus nombres, pero nos salvaron la vida a unos miles acá, a unos cuantos millones en todos lados, mucho más que decenas de bronces falsos que dicen representarnos y ser referentes por hechos positivos.
¿Hechos positivos? Ellos y ellas sí saben lo que es cargar con la cruz blanca propia, y de los demás… Decía Jesús: “No hay acto mayor de amor que dar la vida por el otro”. Si lo dijo Cristo, no hay nada más que agregar. Al personal de salud, ídem…